jueves, 21 de julio de 2016

Sin testigos

A la tercera vuelta de campana el coche se paró. Guzmán se quedó un momento, o diez momentos, tal y como estaba. Si se movía tal vez descubriera algún dolor que ahora no sentía.
Conteniendo la respiración se desabrochó el cinturón de seguridad, pero el corazón, que le apretaba las costillas con cada latido, le apremiaba a que se diera prisa. Libre del cinturón, pero no del martilleo de su órgano vital, comprobó que todo su cuerpo estuviera en su sitio.
Ya fuera del coche, lo observó. Siniestro total. Miró a su alrededor: una llanura infinita, desierta. El martilleo interno cesó, respiró profundamente. Después cogió la mochila del asiento de atrás y tranquilamente comenzó a caminar por la carretera solitaria.
No había de qué preocuparse, nadie lo había visto.

Foto: Ana Matesanz

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