miércoles, 21 de marzo de 2018

Panteón familiar

—Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar —le había dicho en su lecho de muerte.
Pero ¿cómo iba ella a dejar el nicho vacío? Había estado pagando durante gran parte de su vida el panteón familiar que compraron sus padres. Ahí estaban enterrados ellos y cuando llegara el momento ese sería su lugar. El sitio de su marido era allí, en el panteón, esperándola.
No, ella no lo llevaría al mar; no le dejaría reunirse con la sirena de larga cabellera dorada con la que le vio en aquella playa.


Foto: Ana Matesanz