miércoles, 2 de mayo de 2018

Premio de relato corto y fotografía

   El día 21 de abril tuve el honor de recoger el premio conseguido por mi participación en el concurso "Una imagen y mil palabras", organizado por el Museo del Paloteo, Centro de interpretación del folklore, de San Pedro de Gaíllos (Segovia). 
   Os dejo el relato y la fotografía ganadores.


 CAMPOS DE SIEGA

Manuel tiró de las riendas. Desde la altura del carro, podía ver toda la llanura que se extendía ante él. El pueblo no era más que un punto en medio de los campos segados. El viaje se había retrasado más de la cuenta y ya no podría ayudar a su familia con la cosecha.
Saltó a tierra y se sentó a la sombra de un gran pino, en medio del ensordecedor canto de las cigarras. Limpió con la manga el sudor de su frente, sacó del talego un trozo de pan y uno de tocino reblandecido; después los empezó a comer sin mucha gana, mirando el horizonte que temblaba. Como él ante su inminente llegada al hogar familiar.
Desde que partió de casa hacía ya seis años, jamás había faltado a la cita de la siega. Pero ese verano había fallado a su padre, a su promesa. El siguiente volvería a fallar y quizá todos los demás. Cuando aceptó el trabajo en la fábrica supo que ello le supondría no volver en los veranos. Guardó de nuevo la comida intragable y se tumbó tapando la cara con el sombrero para echar una siesta hasta la caída del Sol.
Quizá su padre le perdone si promete que dará todas las vueltas a la era él sólo, con el nuevo trillo comprado en Cantalejo. Y cuando le regale el carro con la pareja de machos, que no puede meter en el piso de Madrid, con el que fue hasta tierras andaluzas para trabajar de jornalero. Allí conoció a la Conchi, que le esperaba en casa, embarazada.
El sueño no llegaba, sacó la bota y bebió del vino áspero, como lo sería la respuesta de su padre.  En la ciudad echaba de menos la eterna canícula de verano, allí había humo pero no trigo. Sonaron lejanas las campanas, llamándole, apremiando su llegada. El señor cura se alegraría de verle entrar en la iglesia, pero no le iba a contar que cuando estaba lejos del pueblo no iba a misa.
Sí, daría todas las vueltas a la era él sólo, en aquel pedazo de tierra que tenía tallada en su alma. Durante un mes iba a ser el Manuel de antes. Y después, al volver a la capital sería el adulto en que se había convertido; a la Conchi ya se la notaría la barriga. Sería padre.
   El horizonte temblaba. Las campanas sonaban. Manuel subió al carro y enfiló el camino al pueblo, a su padre, a su madre y a los hermanos. 

Foto: Ana Matesanz