martes, 19 de febrero de 2019

Letargo


Se arrebuñó en el hueco de la roca, como todos los anocheceres, pero esa vez era diferente porque lo hacía hinchada con el ratón que había comido esa tarde. Le costó mucho tragar aquel roedor que luchaba por escapar de sus fauces. Había esperado largo rato en la boca de la madriguera, enroscada en la rama de un arbusto, oliendo el aire con su lengua bífida. El calor de mediodía por fin le templaba el cuerpo frío, inerte en las primeras mañanas de otoño. Y ese alba fue especialmente gélido para un reptil, quizá, si el día acababa con una larga digestión  pudiera comenzar su letargo invernal.

Foto: Ana Matesanz


martes, 5 de febrero de 2019

Testofobia


Rosario estaba en la oficina de una empresa de limpieza, necesitaba ese trabajo para pagar todas las deudas, las medicinas de la hija menor y los estudios de Tamara, la mayor. Y claro está, poder comer.
Miraba el papel en el que le preguntaban cosas absurdas como si era hombre o mujer, su edad o sus anteriores trabajos. Si quería ese empleo debería contestar con una sola palabra y poner cruces dentro de unos cuadros diminutos.
Empezó a sudar y el corazón se aceleró. No había conseguido ni el graduado escolar por su pánico a los test. Los psicotécnicos para sacar el carnet de conducir le impidieron coger un coche. Pero ahora estaba en juego la supervivencia de su familia.
La mano que sujetaba el bolígrafo le comenzó a temblar. En otra mesa una mujer firmaba sonriente su contrato y Rosario le quitó la tapa al bolígrafo. Le había llegado dos días atrás una nota de embargo. Antes, Manolo rellenaba todos los cuestionarios del banco. Pero ahora estaba muerto y la tocaba a Tamara hacerlo, pero ella estaba en Londres. Marcó una cruz en la casilla de mujer.
El boli se cayó al suelo, ella lo cogió y escribió a duras penas su nombre. Fue al papel una gota de sudor. La mujer de la otra mesa tomó su nuevo uniforme y se despidió hasta el día siguiente. Rosario garabateó su primer apellido.
El último test que rellenó lo hizo a los catorce años y suspendió. Oyó en la otra mesa el sueldo que cobraría y ella escribió su segundo apellido, letra a letra.
“¿Qué empleos ha tenido anteriormente?” Los latidos del corazón eran tan fuertes que subían el abrigo y la mano se movió convulsivamente por todo el papel, pintándolo.
Se levantó y salió de la oficina. Buscaría un empleo en el que no fuera necesario rellenar ningún test. 



Foto: Ana Matesanz