martes, 5 de febrero de 2019

Testofobia


Rosario estaba en la oficina de una empresa de limpieza, necesitaba ese trabajo para pagar todas las deudas, las medicinas de la hija menor y los estudios de Tamara, la mayor. Y claro está, poder comer.
Miraba el papel en el que le preguntaban cosas absurdas como si era hombre o mujer, su edad o sus anteriores trabajos. Si quería ese empleo debería contestar con una sola palabra y poner cruces dentro de unos cuadros diminutos.
Empezó a sudar y el corazón se aceleró. No había conseguido ni el graduado escolar por su pánico a los test. Los psicotécnicos para sacar el carnet de conducir le impidieron coger un coche. Pero ahora estaba en juego la supervivencia de su familia.
La mano que sujetaba el bolígrafo le comenzó a temblar. En otra mesa una mujer firmaba sonriente su contrato y Rosario le quitó la tapa al bolígrafo. Le había llegado dos días atrás una nota de embargo. Antes, Manolo rellenaba todos los cuestionarios del banco. Pero ahora estaba muerto y la tocaba a Tamara hacerlo, pero ella estaba en Londres. Marcó una cruz en la casilla de mujer.
El boli se cayó al suelo, ella lo cogió y escribió a duras penas su nombre. Fue al papel una gota de sudor. La mujer de la otra mesa tomó su nuevo uniforme y se despidió hasta el día siguiente. Rosario garabateó su primer apellido.
El último test que rellenó lo hizo a los catorce años y suspendió. Oyó en la otra mesa el sueldo que cobraría y ella escribió su segundo apellido, letra a letra.
“¿Qué empleos ha tenido anteriormente?” Los latidos del corazón eran tan fuertes que subían el abrigo y la mano se movió convulsivamente por todo el papel, pintándolo.
Se levantó y salió de la oficina. Buscaría un empleo en el que no fuera necesario rellenar ningún test. 



Foto: Ana Matesanz



No hay comentarios: