Aquel
día de verano de 1945 estábamos toda la familia reunida alrededor de la radio,
escuchando el parte de noticias. Entonces el locutor dijo que los americanos
habían lanzado una bomba sobre la ciudad de Hiroshima, un hongo gigantesco que
había acabado con la vida de miles de personas.
Mi
hermana Pepi, la pequeña, de repente palideció y se le cayó al suelo la aguja
con la que bordaba.
—Eso
nos cae muy lejos —la dijo mi padre restándole importancia.
Yo
sabía lo que le pasaba a Pepi, en Hiroshima vivía el noviete japonés que tuvo
durante nuestra guerra, acabada hacía seis años.
Foto: Ana Matesanz |
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