A
la tercera vuelta de campana el coche se paró. Guzmán se quedó un momento, o
diez momentos, tal y como estaba. Si se movía tal vez descubriera algún dolor
que ahora no sentía.
Conteniendo
la respiración se desabrochó el cinturón de seguridad, pero el corazón, que le
apretaba las costillas con cada latido, le apremiaba a que se diera prisa. Libre
del cinturón, pero no del martilleo de su órgano vital, comprobó que todo su
cuerpo estuviera en su sitio.
Ya
fuera del coche, lo observó. Siniestro total. Miró a su alrededor: una llanura
infinita, desierta. El martilleo interno cesó, respiró profundamente. Después
cogió la mochila del asiento de atrás y tranquilamente comenzó a caminar por la
carretera solitaria.
No
había de qué preocuparse, nadie lo había visto.
Foto: Ana Matesanz |
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