El
ojo de la cerradura había sido tapado. Un día correteando por los pasillos de la enorme mansión, había
oído voces al otro lado de aquella puerta que siempre estaba cerrada. Atisbó
por el diminuto orificio y vio al otro lado a un niño jugando con un muñeco de
trapo. Desde entonces los dos chiquillos hablaban a diario a través de ese
agujero que era el único medio de comunicación entre ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario