viernes, 19 de febrero de 2016

Su preferida

Era la tercera vez que desaparecía en esa semana. Si no la encontraba antes de una hora tendría que partir sin ella. Era su preferida, sin la cuál la música no sonaba igual. Abrió los cajones uno por uno y los volcó llenando todo el suelo de papeles rayados.
Constanza le miraba en silencio mientras amamantaba al más pequeño de sus hijos. Sabía que cuando su marido estaba nervioso era mejor dejarle en paz.
El reloj de pared seguía con su tictac implacable, fijó su mirada en él, quizá iba adelantado. No, las agujas marcaban la misma hora que en la torre de la iglesia.
Resignado se puso los zapatos de hebillas, la mejor de sus casacas y mirándose en el espejo rococó se colocó la peluca empolvada. El duende le fastidiaba continuamente desde que comenzó a escribir esa ópera.
Wolfrang cogió la partitura y un estuche alargado. Estaba seguro de que la representación de esa noche de “La flauta mágica” no sonaría igual sin su batuta preferida.


(Nota: las batutas no se utilizaron hasta el siglo XIX, aquí me he tomado la licencia de ubicarla en el XVIII en que vivió Mozart, protagonista del relato).




1 comentario:

Unknown dijo...

Pobre Amadeus, que vida tan ajetreada, lo poco que vivió y lo que le cundió.