Macaón vuela al
fin libre del capullo que la ha retenido, comprimiéndola a su pesar, durante
tanto tiempo.
Sobre la flor de
un majuelo, deleitándose con el néctar que por primera vez entra por su trompa,
recuerda los lejanos días en que reptaba torpemente.
Era hermosa, una
preciosa oruga rayada de negro y amarillo, no como las peludas procesionarias
que siempre van en fila. Macaón era solitaria y le gustaba saborear las hojas
del hinojo, embriagándose con su olor dulzón. A veces, sobre la perspectiva
aérea que le daba su manjar, soñaba con volar como los dientes de león. Pero
siempre el miedo le impidió soltarse.
El mismo miedo
que mientras era crisálida le haría despertarse cada vez que algo movía la rama
a la que estaba sujeta. Entonces era vulnerable, tanto como ahora, con sus
grandes alas, con las que vuela hacia una oropéndola, amarilla, hambrienta.
Foto: Miguel Angel Díaz
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