Esta
es la tercera vez que hoy traigo comida a mis hijos. Ya se van haciendo mayores
y tienen que ir aprendiendo a desmenuzar ellos solos la comida.
Cuando
nos asentamos en este lugar no estaba segura de si funcionaría. La altura era
la adecuada y había alimento suficiente en los alrededores. Pero durante la
incubación pasé miedo porque mi pareja se empeñó en que hiciéramos el nido
frente a la oquedad.
Durante
aquellos interminables días atisbaba a través de la pared transparente lo que
sucedía al otro lado. Y llegué a tranquilizarme, porque los moradores de esa
cueva parecían ignorarnos; hasta que su presencia acabó haciéndose familiar.
Los adultos se movían tranquilamente, pero las crías eran ruidosas y cuando
nacieron los pollos llegaron a acercarse demasiado.
Todas
las noches se ponen frente a una luz en movimiento al tiempo que se alimentan y
poco después dejan todo a oscuras hasta el día siguiente. A veces, la hembra
pasea un palo con plumas en un extremo. La primera vez que la vi tuve que
contenerme para no tirarme a por lo que creí una paloma.
Los
pollos van creciendo bien, dentro de poco se convertirán en unos magníficos
halcones y entonces me dolerá tener que expulsarles de nuestro territorio.
Foto: Miguel Ángel Diaz
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