Después de unos
entremeses, dos platos y un gran postre; ya sólo existía ése instante bañado en
sidra en el que flotaba el pasado.
Los recuerdos de fiestas,
amores y juergas nocturnas emergían de las risas de aquellos que algún día
fueron adolescentes. El pasado era feliz, era aventura continua y
despreocupación. Se oyó ruido de cristales y todos miraron hacia su origen.
Ernesto estaba levantado y había una copa rota a sus pies. Carola, sentada a su
lado, bebía impasible. Después añadió sin mirarle.
—Te dije que algún día
sufrirías por lo que me hiciste.
El silencio no supo a
quién mirar. Ernesto se sentó de nuevo, con un charco de sidra empapando sus
zapatos y los de su verdugo.
Foto: Ana Matesanz |
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