—¡Urania me acabo de
enterar de que te has metido en mi terreno! —gritó Euterpe entrando veloz en el
templo.
Su hermana, con un gran compás,
dibujaba círculos en la arena, en medio de varias lucernas.
—¿De qué hablas?
—¡De Pitágoras! Que ha
puesto música a los planetas.
—¡Ah sí! Pero le he
inspirado que los llame esferas.
—Me da igual cómo se
llamen. La música es cosa mía. Tú dedícate a la astronomía.
—¡Tú no le podías atender
porque estabas en el Parnaso con Apolo, tocando la lira y todo lo que hiciese
ruido.
—¡Música, estábamos
haciendo música!
—Llámalo como quieras
Euterpe. Pero si hubieras visto entonces al pobre Pitágoras. Se pasaba todas
las noches mirando al cielo y pidiendo silencio. Y yo por más que lo intentaba
no conseguía darle ideas —Urania se sacudía la arena que había entre los
pliegues del peplos—. Una noche convencí a Urano de que lanzara una estrella
fugaz delante de él, a ver si se le ocurría algo. Pero sólo conseguí que se
estrellara en el tejado de una casa.
—Ninguna idea tuya es
buena Urania. Porque recuerda que ahora todos los griegos piensan que el
teorema que Pitágoras robó a los egipcios es suyo.
—Pero qué más da. Fue idea
suya el copiarlo y llevarlo a Atenas. Ven a verle y no hagas ruido con tu
flautita.
Las dos musas se asomaron
al ventanal del templo. Afuera, iluminado por la Luna, el sabio miraba al
firmamento salpicado de puntos luminosos. Tenía una mano detrás de la oreja,
intentando escuchar algo proveniente de arriba. A su lado una cuerda sujeta a
una tabla. Pitágoras tocó la cuerda que sonó en la noche y escuchó el cielo.
Volvió a tañer el monocordio y volvió a escuchar. Así varias veces.
—Es feliz —dijo Urania—.
Ahora, además del silencio escucha la música de las esferas.
—Que sea la última vez que
inspiras música a un matemático —respondió Euterpe—. Esto es cosa mía.
—¡Y yo que culpa tengo de
que este hombre sepa de todo!
(a Pitágoras, matemático y músico de la Grecia antigua, se le conocía como el hijo del silencio, por el gran valor que daba al silencio)
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Foto: Juan Carlos Martínez y Ana Matesanz |