Llega el ascensor, se abre la puerta y
comienzan a salir, como en “Una noche en la ópera”, cuerpos de todos los
tamaños. Cuando por fin el vehículo comienza su trayecto ascendente, un siseo
me rodea posándose en mi nariz. ¡Ya está de nuevo aquí la puta mosca de todos
los días!
El ascensor se para en el segundo y entra el
pescadero.
—¿Bajas?
—No, subo.
—Bueno no importa, subo y luego bajo.
Me alejo todo lo posible, pero el aroma
marino es demasiado potente y por más que me aplasto contra la pared este no se
aleja.
La mosca cambia mi nariz por la del vecino,
al que parece no molestarle su nuevo huésped.
Tercer piso: huele a sardinas.
Cuarto: no, a merluza. Y ha comido cocido.
Quinto: la mosca se ha levantado, espero que
no venga a mí.
Sexto: me voy a marear.
Séptimo: ¡por fin! ¿Y ahora por qué no se
abre la puerta?
Foto: Ana Matesanz |
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