Caperucita llamó a la puerta, pero nadie abrió. Se encogió de
hombros y volvió al bosque. Se sentó al borde de su manantial favorito, sacó
las viandas de la cesta y las colocó sobre la hierba. Untó el pan con la
mermelada, se echó la caperuza hacia atrás y dio por fin el mordisco que su
madre la prohibía dar.
Foto: Ana Matesanz |
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