—Te libero de tus cadenas, sal de esta cárcel.
Dijo la niña abriendo la jaula. Dentro un lagarto verde,
hermoso, dormitaba sin prestar atención a la puerta que se abría. Llevaba tanto
tiempo ahí que había hecho de ese recinto su hogar.
—Vamos sal ya, que eres libre —La chiquilla daba golpecitos en
los barrotes para animarle a salir.
El reptil se movió perezosamente y después de un largo rato
pareció darse cuenta del hueco recién hecho. Entonces salió rápido, se colocó
sobre la jaula y ante el asombro de la niña dio un salto tan alto, que ella
tuvo que apartarse. Al mirarlo bajo el Sol, el lagarto extendió unas alas que
antes no tenía. Y voló, voló alejándose de la seguridad de la prisión con sus
nuevas alas de libertad.
La niña le vio partir mientras descubría de lejos lo que no
había visto de cerca, en el tiempo que le tuvo junto a sí.
Foto: Ana Matesanz |
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