Sigo
observando mi trocito de cielo todas las noches. Desde mi privilegiada atalaya
en la litera del pasillo central, y a través del agujero del techo que hay
cercano a mi cara, poseo la visión más impresionante del firmamento.
Los
compañeros del barracón tienen que compartir las estrellas que mudan de lugar.
Yo tengo una sólo para mí: la Polar. Pero mi secreto no debe saberse, porque si
los nazis se enteran me cambiarán a otro sitio, sin mi estrella.
Foto: Juan Carlos Martínez |
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