—¿Don Cristóbal Colón?
—Preguntó el emisario al hombre que observaba un huevo de gallina depositado en
un plato.
—Sí, soy yo —respondió
este levantándose de la silla. Hablaba con un marcado acento gallego.
—Bien, pues recoged
vuestras cosas que partís mañana.
El hombre que miraba el
huevo, fijó su vista en quien eso le decía.
—¿Tan rápido?
—La reina ha recibido ya
el dinero necesario para vuestro viaje y partís mañana.
—Bueno, pero ya lo llevo
todo encima.
—¿No necesitáis nada más
en un viaje tan largo que no sabéis lo que durará?
—No necesito nada más, el viaje no es tan largo.
—De acuerdo, vos sabréis
lo que hacéis. Tomad, aquí tenéis dinero para los primeros gastos.
El hombre llamado
Cristóbal Colón cogió la bolsa que le ofrecían y se dirigió a la puerta para
marcharse.
—Podéis llevaros el huevo
—dijo el emisario—. Sé que es importante para vos y la reina.
El viajero se volvió,
cogió el huevo y se marchó.
El representante de su
majestad quedó sólo, al poco llamaron a la puerta y entró un chambelán.
—Señor. Aquí fuera hay un hombre, parece extranjero. Dice
llamarse Cristóbal Colón y quiere hablar con vos, porque le habéis citado para
tratar el asunto de un viaje.
Foto: Ana Matesanz |
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