El día 21 de abril tuve el honor de recoger el premio conseguido por mi participación en el concurso "Una imagen y mil palabras", organizado por el Museo del Paloteo, Centro de interpretación del folklore, de San Pedro de Gaíllos (Segovia).
Os dejo el relato y la fotografía ganadores.
CAMPOS DE SIEGA
Manuel tiró de las
riendas. Desde la altura del carro, podía ver toda la llanura que se extendía
ante él. El pueblo no era más que un punto en medio de los campos segados. El
viaje se había retrasado más de la cuenta y ya no podría ayudar a su familia
con la cosecha.
Saltó a tierra y se sentó
a la sombra de un gran pino, en medio del ensordecedor canto de las cigarras.
Limpió con la manga el sudor de su frente, sacó del talego un trozo de pan y
uno de tocino reblandecido; después los empezó a comer sin mucha gana, mirando
el horizonte que temblaba. Como él ante su inminente llegada al hogar familiar.
Desde que partió de casa
hacía ya seis años, jamás había faltado a la cita de la siega. Pero ese verano
había fallado a su padre, a su promesa. El siguiente volvería a fallar y quizá
todos los demás. Cuando aceptó el trabajo en la fábrica supo que ello le
supondría no volver en los veranos. Guardó de nuevo la comida intragable y se
tumbó tapando la cara con el sombrero para echar una siesta hasta la caída del
Sol.
Quizá su padre le perdone
si promete que dará todas las vueltas a la era él sólo, con el nuevo trillo comprado
en Cantalejo. Y cuando le regale el carro con la pareja de machos, que no puede
meter en el piso de Madrid, con el que fue hasta tierras andaluzas para
trabajar de jornalero. Allí conoció a la Conchi, que le esperaba en casa,
embarazada.
El sueño no llegaba, sacó
la bota y bebió del vino áspero, como lo sería la respuesta de su padre. En la ciudad echaba de menos la eterna
canícula de verano, allí había humo pero no trigo. Sonaron lejanas las campanas,
llamándole, apremiando su llegada. El señor cura se alegraría de verle entrar
en la iglesia, pero no le iba a contar que cuando estaba lejos del pueblo no
iba a misa.
Sí, daría todas las
vueltas a la era él sólo, en aquel pedazo de tierra que tenía tallada en su
alma. Durante un mes iba a ser el Manuel de antes. Y después, al volver a la
capital sería el adulto en que se había convertido; a la Conchi ya se la
notaría la barriga. Sería padre.
El horizonte temblaba. Las campanas sonaban. Manuel subió al carro y
enfiló el camino al pueblo, a su padre, a su madre y a los hermanos.
Foto: Ana Matesanz |