Nos han robado el silencio, que se está volviendo más valioso que el
oro. La obsesión de la sociedad actual por hacer de cualquier momento una
fiesta, nos hace olvidar que no todo en la vida necesita banda sonora.
Precisamente el silencio es el que da sentido a la música. Si sobre ruidos
ponemos música, esta se convierte en un ruido más.
Se habla mucho de los ruidos de los coches, de la maquinaria, pero no se
dice nada de nuestro derecho a no escuchar la música del vecino, o a dejarnos
esperar en silencio en una consulta telefónica. Se llega al absurdo de poner
música de fondo en las entrevistas televisivas, hasta el punto de tener que
discriminar auditivamente la voz del entrevistado de la del cantante. Suben y
bajan la música y el resultado es mareante. Porque además la música es cantada,
si no entiendes el idioma, todavía, pero si lo entiendes ya no sabes si hacer
caso a lo que dice la canción o la entrevista, que en muchos casos no tiene
nada que ver.
Y que decimos de la música de moda marchosa, mezclada con las voces de
los locutores sobre el ruido de las máquinas y los golpes en una fábrica en la
que se trabaja en cadena. Dicen que es para que el ambiente no decaiga y el
ritmo de fabricación sea rápido. Eso sí, con las interferencias de la emisora
para que el efecto sea más caótico todavía.
Lo último que he visto ha sido en una piscina. En la zona cerrada en la
que se daban cursillos de natación a los niños, a alguien se le había ocurrido
la feliz idea de poner música a todo volumen. Supongo que para dar ambiente de
alegría y de que todos nos lo pasamos bien aprendiendo. El resultado era un
ruido ensordecedor. Música machacona sobre el ruido de los chapoteos. Los
monitores tenían que gritar las instrucciones a los niños que posiblemente no
las oyeran. Si algún niño tiene miedo al agua lo que necesita es tranquilidad,
no una fiesta obligatoria en medio del ruido y los profesores que les gritan
para hacerse oír.
Quizá sea el temor a encontrarnos a solas con nuestros propios
pensamientos o al vacío de nuestra vida. O simplemente la falta de costumbre de
escuchar el silencio.
Curiosamente algunas de las personas que conozco que valoran el silencio
son músicos. Precisamente ellos saben que la música tiene su sitio y su tiempo.
Que incluso tu música preferida puede resultar desagradable si no es el momento
de ser escuchada.
Me gusta la música, sí. Y por eso doy valor al silencio. El silencio que
hace que los latidos de la vida y las melodías del alma suenen con todo su
valor, en los acordes que acompañan nuestra existencia.